En lo personal, el principal premio al terminar un concierto, es esa sensación gratificante de que el público lo haya disfrutado. Lo segundo mejor es estar convencido de que todo salió bien: la logística, el sonido, la música, el show.
Haciendo cuentas, no todas han sido buenas noches.
La primera mala, fue esa vez en la FAR en un evento de talentos, donde después de ensayar con Omar y Pablo, y creyendo que la propuesta era interesante, voló el equipo de audio. Oh desilusión.
La segunda fue en casa de Toñote, donde por el abuso del vodka los sentidos se me cuatrapearon y honestamente puedo decir que no pude tocar; de ahí la benemérita frase "no vuelvo a tomar antes de tocar". Esa es ley a la fecha.
Y la numero 3 en la lista de pifias (tal vez la más estrepitosa en magnitud) fue este 1 de diciembre en la casa de la cultura. Lo que debió ser un gran concierto de cierre de año, se volvió un epítome de mala organización y gasto innecesario en infraestructura inútil.
Mal, si se cobra al público y el show no está a la altura. Mal si pagas por equipo que no sirve. Mal, si no se valoran las capacidades de los músicos. Mal, si la música no tiene sentido. Mal, por no informar al público que se va a tocar. Mal, por que si el evento es familiar, los borrachos no tienen sentido. Mal, por que no puedes hacer un Live Aid con 20 músicos es 2 horas.
La moraleja: aunque la mona se vista de seda, mona y desorganizada se queda.
No es MTV, es Rockervolución TV
lunes, 3 de diciembre de 2007
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